Seis voces sobre

El vampiro de

la colonia Roma

Luis Zapata  logró construir un lenguaje urbano, de una juventud en busca de una identidad perdida. 

 

En 1979, diez años antes de que un servidor llegara a vivir al Distrito Federal, en una casa de huéspedes cercana a la plaza Río de Janeiro, la novela de Luis Zapata, El Vampiro de la Colonia Roma, ya era considerada un clásico no sólo de la diversidad sexual sino de la vida urbana en una ciudad que vivía sus últimos momentos de pleno goce, antes de la irrupción de la epidemia del VIH-sida.

El Vampiro de la Colonia Roma no innovó por su temática gay sino por su técnica literaria –un largo monólogo que atrapa al lector de principio a fin- y por su frescura, sin las imposturas de tratados o ensayos. Luis Zapata logró construir un lenguaje urbano, de una juventud en busca de una identidad perdida. 

Adonis es nuestra Santa contemporánea para la diversidad sexual. No en balde el propio Zapata cita a Federico Gamboa, pero también es el último testimonio anterior al amor en los tiempos del VIH.

Adonis-Osiris se transformó en una leyenda viva. En las mismas calles de Tlalpan y de la Roma donde ejerció el sexo servicio, en los mismos baños Torrenueva (hoy desaparecidos) y hasta en la ciudad de Guanajuato, donde están los orígenes de este personaje, persiste la cadencia de quien desentrañó el ligue y las relaciones gays a través de una magnífica construcción de Luis Zapata. 

De Jenaro Villamil

Así que de calle podemos decir que fue desde el principio un bestseller literario.

 

He empezado destacando un detalle trivial, pues como editor no tengo mucho que decir más que este tipo de cosas; por ejemplo, al ponerme a buscar entre mis libros encontré dos ejemplares de la segunda edición, con los detalles siguientes: la leyenda “Ganador Premio ‘Juan Grijalbo’” y un cintillo que especifica “2ª. edición 10 000 ejemplares vendidos”. Y este dato, siempre como editor, me resulta relevante, ya que en el colofón se especifica, como se hacía en esa época, no sólo la fecha en que se terminó de imprimir, 30 de agosto de 1979, sino que se establece un tiraje de 15 000 ejemplares.

Buscando en los registros de Derechos de Autor, me encuentro con que la primera edición, la del Premio Juan Grijalbo, se hizo en el mes de julio de ese mismo año, con lo que sumando tenemos 25 000 ejemplares tirados en dos meses. Todo un récord, para esa época y para el día de hoy. Así que de calle podemos decir que fue desde el principio un bestseller literario. 

Cuando yo me incorporé a Grijalbo, en 1988, nueve años después de la primera edición, El vampiro de la colonia Roma ya se había convertido en lo que los editores llamamos un longseller, con un promedio anual de ventas que oscilaba entre los cinco y los siete mil ejemplares. Hacia 2004, cuando publicamos la primera edición Debolsillo, el libro vendía alrededor de tres mil ejemplares al año. No conseguí cifras de muchos otros años; me dicen que como hemos cambiado tanto de administraciones y sistemas no es posible contar más que con las que hay. Pero lo que sí puedo hacer es un cálculo aproximado de que el Vampiro ha vendido por encima de los 300 000 ejemplares.

 Otro dato que averigüé, (como editor siempre interesado en el tema de las portadas), es que el director editorial de Grijalbo en 1979 era Gustavo Sáinz, quien llegó a comentar: “Luis es tan guapo que deberíamos haberlo puesto en la portada”. No fue así, pero apareció en la cuarta de forros una foto suya a rebase realizada por el fotógrafo retratista de moda en ese momento, Rogelio Cuéllar. 

De Ariel Rosales. 

Desde su aparición se convirtió en un cañonazo contra la moral vigente, y por ello fue política.

No sólo conserva su vigencia como signo y síntoma de liberación, sino como una de las grandes expresiones literarias que se han dado en este país. Es, para decirlo directamente, una gran novela liberadora. Cuando apareció el Vampiro lo que más nos llamó la atención a otros escritores que pertenecíamos a la misma generación que Luis Zapata, fue lo bien logrado de su estilo literario, tejido con maestría y que, sin embargo, generaba una impresión de aparente sencillez que a muchos nos quitó el aliento. Zapata, evidentemente, nos mostraba que tenía la capacidad de escribir la “página eficaz” de la que hablaba Borges y que para muchos de nosotros era casi un dogma. Y en esta novela notable Luis escribía, una a una, cientos de “páginas eficaces”. Y así la novela entera resultaba muy eficaz como obra de arte. Y por supuesto que lo sigue siendo.

No soy para nada un lector complaciente ni del Vampiro ni de cualquier otro de los libros que he leído de Luis Zapata. Dentro de la narrativa mexicana contemporánea la consistencia de su obra resulta excepcional. Particularmente el Vampiro ejerció en mí un poder de seducción increíble, me metió “en ese mundo raro” que canta el bolero, el de la letra aquella de que “tú me enseñaste cómo se quería, y por ti aprendí”. Eso era para mí la novela cuando la leí por primera vez.

Ahora que me preguntan sobre El vampiro de la colonia Roma no puedo dejar de pensar que de alguna forma también fue producto de lo que los escritores que precedieron a los de mi generación abonaron; me refiero a los onderos que habían empezado a aprovechar los esfuerzos liberadores de los años sesenta; y por supuesto al movimiento de 68 que les dio a todos los escritores jóvenes un sentido político. Todos los que nos antecedieron empezaron a escribir definidos por ese año clave. Y luego venimos nosotros que aprovechamos el ambiente liberador generado por el movimiento estudiantil del 68. En el mismo año en que salió el Vampiro yo publiqué Al cielo por asalto, una novela sobre un guerrillero. 

Y el tiempo nos ha enseñado que la novela de Luis Zapata también tenía un fuerte significado político. No creo que en ese momento se lo haya planteado. Pero desde su aparición se convirtió en un cañonazo contra la moral vigente, y por ello fue política. Seguramente tuvo un gran peso en la primera marcha del orgullo gay en la ciudad de México y en este sentido fue antecedente directo de la lucha por los derechos homosexuales en todo el país.

De Agustín Ramos.

 

Daniel González Marín

 

Año con año, la novela emblemática de la cultura gay mexicana por excelencia sigue ganando lectores. ¿Cuál es su vigencia, hoy, a treinta y cinco años de publicada? Las razones no son estrictamente literarias. No podrían serlo frente a una novela que en muchos sentidos representó un punto de llegada y de partida.

La novela se publica en un periodo de conquistas del incipiente movimiento homosexual, que buscaba visibilizar en los campos político y cultural la lucha por el respeto a la disidencia sexual. El 17 de marzo de 1979, apenas unos meses antes de la publicación de la novela de Zapata, José Joaquín Blanco publicó, en el suplemento cultural del diario Unomásuno, “Ojos que da pánico soñar”, un texto vindicativo que, además, alienta la “salida de los sótanos clandestinos de la vida social”.

La revuelta, en junio de 1969, de Stonewall en Nueva York, rápidamente tuvo su resonancia en México. Dos años después, en 1971, se crea el Frente de Liberación Homosexual por iniciativa de la dramaturga lesbiana Nancy Cárdenas; y el 26 de julio de 1978, tiene lugar la primera manifestación pública comandada por el Frente Homosexual de Acción Revolucionaria. La tentativa de estos movimientos (ligados a las luchas libradas por la izquierda política) era oponer resistencia a las redadas, el abuso y la violencia que, desde el poder gubernamental, mediático y religioso, se ejercía sobre la comunidad lésbico-homosexual.

Así, entre finales de la década de los setenta y principios de los ochenta, el movimiento homosexual transitó del discurso revolucionario a la narrativa pro derechos humanos, talleres informativos (en particular para difundir métodos de protección frente a la diseminación del VIH) y actos culturales. El grupo SexPol, que desde 1975 organizaba tertulias artísticas en un departamento de la calle Ezequiel Montes, a donde acudían intelectuales y creadores de diferente cuño, fue la semilla de lo que en 1987 se convertiría, a iniciativa de José María Covarrubias, en la primera Semana Cultural Lésbica Gay con sede en el Museo Universitario del Chopo.

Es en este intersticio donde la novela de Luis Zapata aparece. De algún modo es deudora también de las transformaciones sufridas por la cultura gay entre la década de los setenta y ochenta. Ganadora del Premio Grijalbo de novela, supuso también un parteaguas de las políticas editoriales. El vampiro de la colonia Roma abrió un campo a otras casas editoras que se atrevieron, por fin, a publicar novelas con personajes abiertamente gays: Cal y Arena, Era, Premiá, Océano, Diana y Posada, entre otras.

Pero las aventuras, desventuras y sueños de Adonis García, el migrante tamaulipeco a la ciudad de México no sólo contribuyó a legitimar una temática, sino que también apostó por una propuesta literaria innovadora, como bien ha advertido José Joaquín Blanco.

Fernando del Collado 

El asunto de este diálogo es el amor.

Portento, ¿no? Es la frase que se me grabó en la memoria cuando acudí a la colección Austral para leer los célebres Diálogos de Platón. Había acudido a Platón, a sus Diálogos y en especial al titulado El Banquete, porque me habían dicho que la palabra “uranista, acuñada por el histórico jurista alemán Karl Heinrich Ulrichs, en 1864, la sustrajo de Afrodita Urania quien, en El Banquetepresidió los amores “celestes y espirituales”; es decir, entre hombres.

Desde entonces suelo recordar esa frase al ir en pos de ese asunto amoroso: el diálogo.

 

Y le he encontrado algo más de gusto…

 

Otro soliloquio lo tuve con el desparpajado Adonis en El vampiro de la colonia Roma, de Luis Zapata. Impetuoso, bragado, decidido. Lo alcancé hasta la esquina de Insurgentes con Baja California para el encuentro. Sonriente, pícaro, en la entrada del centro comercial Las Américas. Fue el inicio de otro diálogo, contrastante. Si José Ceballos Maldonado coloca en el centro de su relato la figura de un maestro pedófilo, Luis Zapata consolida la figura de un adolescente prostituto. Si en Después de todo la trama refiere a la culpabilidad de la condición homosexual, en El vampiro de la colonia Roma esa condición ya no es motivo de culpa o vergüenza.

Diana Sánchez

No te dejes engañar por el título de este libro, pues sí habla de un vampiro, pero no de los que te imaginas. Éste es uno al que si bien el sol no le hace nada, prefiere la noche; uno que sí puede verse reflejado en el espejo; uno que no chupa sangre, pero sí otras cosas. Ése es Adonis, el vampiro de la colonia Roma; el que sale en busca de víctimas (clientes) todas las noches ahí por la calzada de Tlalpan, por el Sanborns de Insurgentes, o por las cercanías de la colonia Roma.

Ambientada en la Ciudad de México de finales de los años setenta, esta novela narra la vida de Adonis (mejor dicho, Adonis narra su vida en esta novela), un hombre que desde pequeño descubrió que lo suyo no son las chichis y la vagina, sino el pene y otros atractivos masculinos. 

Luis Zapata da voz a un sector de la sociedad mexicana que hasta entonces había sido ignorado, que no había sido re-presentado, que no tenía cabida en la sociedad, y mucho menos en la literatura: al de la comunidad gay. Da voz en el aspecto simbólico al retratar a una parte de esta comunidad, pero también literal, pues el autor decidió hacer caso omiso del típico consejo que dan todos los profesores de literatura de “no escribir como hablas” y reproducir la voz de Adonis, sin puntos ni comas, sin más pausas que las que la propia lectura da con espacios vacíos, como las pausas que haces cuando hablas, porque el lenguaje es de los hablantes.

Me daba cuenta de que la única persona que iba a estar conmigo hasta el fin de mis días era yo mismo  y que si yo no hacía nada por mí nadie en el mundo iba a hacerlo.

El vampiro de la colonia Roma

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