Caravana

Alberto Pradilla

Prólogo

Las agruras de tus decisiones

Durante varios años, primero en Washington DC y luego en Phoenix, hablé con decenas de migrantes indocumentados. Todos contaban los horrores y amarguras de sus viajes. Noches en Falfurrias o el desierto de Sonora, temerosos de las alimañas salvajes —serpientes, alacranes, coyotes de verdad— y de las civilizadas —coyotes humanos, policías fronterizos. Sed, angustia, hambre, esperanzas. Pero esas historias siempre me resultaron parecidas a películas en blanco y negro: una narración de algo que pasó hace tiempo, muy a la distancia, que ha quedado atrás superado por la velocidad de los hechos. No era que no me afectase; eran recuerdos cauterizados. Ni sus narradores querían revivirlos —y yo como periodista insistía en quebrar esas vidas— ni yo tenía la comprensión definitiva del fenómeno pues no fui ni testigo ni protagonista. Alberto Pradilla tuvo la posibilidad de viajar con la Caravana migrante de octubre de 2018 como su testigo, reportero y gachupín de repuesto. Durante más de un mes, desde la frontera entre Honduras y Guatemala hasta los momentos casi finales del éxodo, en el albergue Benito Juárez de Tijuana, al borde de la Navidad, Alberto llevó un registro diario de los pesares de esas 7 mil —5 mil, 8, 11 mil, centroamericamil— personas de la Caravana. Su experiencia tuvo la proximidad que un lector necesita para experimentar una crisis humanitaria como la caminata de más de 4 mil 600 kilómetros. Alberto habla de la extenuación y la enfermedad, el dolor y los temores de madres, hijos, viejos, niños, adolescentes. Describe —y nos lleva a— los malolientes campamentos donde se hacinaron decenas de familias en su camino por México. Muestra la falta de tacto de las policías fronterizas que gasearon a niños, mujeres embarazadas y ancianos cuando la presión de la multitud quería atravesar las vallas migratorias. De alguna manera, Alberto nos da a quienes mantenemos una distancia preocupada —pero distancia al fin— de los refugiados y migrantes que arriesgan la vida por tener una vida, esa implicación que yo mismo me reclamo. Hace vivencial un relato que de otro modo podría ser meramente notarial. Actualiza, vivifica la experiencia. Pone en colores lo que uno ve en blanco y negro.

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Un día, Alberto Pradilla se definió a sí mismo en un chat que mantuvimos: soy un periodista adicto al trabajo, me dijo. Como si fuera amanuense de su experiencia, daré fe. He seguido el trabajo de Alberto, que comenzó como cuaderno de notas, se convirtió en historias publicadas en Plaza Pública, el medio de Guatemala para el cual trabajaba, y concluyó en Caravana. Alberto tiene la entrega de los viejos reporteros de película —de película en blanco y negro— en una vida todavía joven, apenas despegada de los primeros treinta años. Le gusta, como a varios de su generación, revolcarse en el barro de la vida ajena, ensuciarse los zapatos al lado de la gente. Su entrega a este libro ha sido completa. Ermitaño por elección, se sometió a convivir con miles de personas durante la Caravana. Uno no sale limpio de tanta vida. Fue consejero de las personas, aguafiestas de sus esperanzas sobredimensionadas, cronista de sus vidas, puntilloso compilador de experiencias. Sirvió de pasamanos para repartir comidas, ordenó mantas y cobijas para los exhaustos que llegarían. Hizo fila para conseguir dinero para algunos desahuciados, dio su teléfono para que escucharan la voz de un hijo o una madre que habían dejado detrás. Si alguna vez se enamoró de sus personajes, dio un paso atrás y se cuestionó el comportamiento de las personas detrás de esos personajes. Se enojó. Se desenojó. Al final del rulo, escribió un libro sobre la Caravana migrante que es otra cosa, como debe ser: un relato de la experiencia humana.

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Soy nieto de inmigrantes. Mi familia viajó del Piamonte y la Lombardía italianas a la pampa argentina antes y después de las grandes guerras europeas. Llegaron como llegan los migrantes humanamente desesperados: la ropa puesta, la necesidad y voluntad de trabajar, la incertidumbre de qué encontrarán, la añoranza de las buenas cosas que dejaron atrás. Mis antepasados se montaron a sulkys y trenes por cientos de kilómetros rumbo a una pradera fértil, inexplotada. Se movieron porque querían hacer algo mejor para los suyos. Que hacer la América, así fuera un sueño modesto, pudiera ser la elección de una mejor vida. Y llegar a eso demanda sacrificio. El mismo espíritu une a mi abuelo piamontés con Ayyi, un peluquero y poeta hondureño, jovencísimo como mi nonno al momento de cruzar frontera: esa determinación por tener algo mejor. De gozar, como habitante de este planeta, de las mismas posibilidades que otro individuo de su misma especie. Hace tiempo que creo que, con la sutileza propia de cada historia individual, no hay más que una Gran Historia Migrante: nos movemos desde el inicio de los tiempos en busca de la fertilidad. Y así seguirá siendo. Uno no debiera quedar preso de una frontera solo porque su madre pujó en una latitud condenada por la Historia. En Caravana encontrarán otra versión de ese viaje. Nada nuevo: es la experiencia humana expresada, otra vez. La Caravana centroamericana fue una fotografía a escala de los valores universales que todos nosotros cultivamos. Hubo fe, horror, esperanzas, certezas desvanecidas, sueños rotos. Hubo muerte en un río de miles de vidas. Tuvo maldades, trampas, pasados truculentos. Optimismo por que las cosas se enderecen —al menos una vez, al menos de una vez y para siempre. Hubo entereza, decencia, y su opuesto. Compromisos y obvios oportunismos. Más entrega que mezquindad. Tuvo (y tendrá con las que vengan) vidas comunes que no necesitan de nuestra santificación por su pobreza ni de una igualmente inmerecida satanización —por esa misma indigencia. La experiencia enseña que los millones de migrantes que se mueven por el mundo son personas con necesidad en busca de una oportunidad —una. Que se sobreexigen para demostrar su valía pues saben —porque nosotros hemos creado esa percepción— que estarán a prueba cada día de sus existencias mientras cohabiten con los locales en una tierra que no fue la suya por nacimiento. Y esa misma experiencia prueba que esas personas —esos millones de migrantes— tienen integridad y voluntad de ser uno más. Ser parte. Ciudadanizarse. Nada más piden que les den una oportunidad —una. Alberto cuenta en este libro el camino a esa oportunidad. La distancia que recorrió la Caravana desde Honduras a las adyacencias de San Diego es similar a la que unieron los pioneros del siglo XIX que cruzaron Estados Unidos desde la costa este al Wild West. A unos, los del pasado, se les reconoce la autoría de una epopeya —blanca—: la construcción de una nación. A otros, Imbecile-in-Chief, un sujeto que ha asumido el compromiso de destruir los principios básicos de la vida en sociedad, los ha convertido en una amenaza política enajenante. Una saga —marrón— que desmoronará a una nación —blanca. Caravana es otro retrato del complejo viaje de la experiencia humana. Respira la necesidad de liberarse del crimen y de la miseria. Los centroamericanos que integraron la Caravana nada más buscaron un poco de las mieles del mundo desarrollado. Asumieron riesgos para ello. Buscaron una forma de libertad, que nunca deja de ser una experiencia más o menos incómoda. La posibilidad de elegir y negociar tus compromisos, que te dejen asumir las agruras de tus decisiones. Recuerdo ahora un fragmento de un texto de Robert Walser. Frente al cajero del banco que lo prejuzga por su visible condición de pobre, el personaje de la historia dice: A veces ando errante en la niebla y en mil vacilaciones y confusiones, y a menudo me siento miserablemente abandonado. Pero pienso que es bello luchar. Un hombre no se siente orgulloso de las alegrías y del placer. En el fondo lo único que da orgullo y alegría al espíritu son los esfuerzos superados con bravura y los sufrimientos soportados con paciencia. Pero no gusta derrochar palabras a este respecto. ¿Qué hombre honrado no ha estado desvalido nunca en su vida, y qué ser humano ha mantenido por completo intactos a lo largo de los años sus esperanzas, planes, sueños? ¿Dónde está el alma cuyos anhelos, osados deseos, dulces y elevadas concepciones de la felicidad se cumplieron, sin tener que hacer descuentos en ellas? Entiendo que una gran proporción de las siete mil —cinco mil, ocho, once mil, centroamericamil— personas de la Caravana que Alberto Pradilla retrata podría reclamar para sí esas letras. El texto, involuntariamente sarcástico en esa suerte, se titula “El paseo”. Diego Fonseca

Mapa

Gran cantidad de los migrantes provienen de este país con grandes índices de violencia y pobreza. El 15 de enero de 2019, una nueva caravana salió de San Pedro Sula.
El Salvador es otro país del cual huyen sus habitantes por los niveles de criminalidad y las pocas oportunidades.
Otro país del que huyen sus habitantes para encontrar mejores oportunidades pero también el punto de acceso con México. En el puente de Rodolfo Robles, en el estado de Chiapas, México y Ciudad Tecún Umán en Guatemala, la caravana ha sido frenada e incluso atacada al intentar cruzar la frontera.
4.- Arriaga, Chiapas: Muchos de los que logran pasar la frontera entre México y Guatemala eligen subirse a La Bestia, una red de transporte de carga que une las fronteras sur y norte del país. En Arriaga encuentran una de las primeras paradas en donde muchos migrantes la abordan, poniendo en gran peligro su vida. 5.- Tijuana: Al entrar a México, el recorrido de los migrantes se bifurca, sin embargo, muchos llegan a esta ciudad fronteriza para intentar cruzar. Ésta es la última parada, lugar donde esperan poder entrar a Estados Unidos y lograr tener una mejor vida.

Sobre el autor

Alberto Pradilla (Pamplona-Iruñea, 1983) es un periodista basado en Ciudad de México, aunque con la vista puesta en Centroamérica. Entre 2017 y 2019 trabajó en Plaza Pública, en Guatemala. Cubrió la caravana migrante casi desde su inicio hasta que llegó a Tijuana, publicando piezas en dw, Público, Página 12, 5W, Gara, etb y Radio Euskadi, entre otros medios. Ha trabajado como periodista en la guerra de Libia, el bloqueo de Gaza, las revueltas en Túnez y Egipto, la migración subsahariana que sube por Melilla (España), la crisis europea en Grecia, la crisis en Venezuela y el tránsito de los refugiados sirios que atravesaron Europa. Autor de El judío errado (2010).

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