Capítulo 1

Primera parte
DE LAS CONSECUENCIAS DEL ÉXITO


 

Una nieve primaveral caía sobre los inmensos hangares, situados a orillas del San Lorenzo, que albergaban los estudios cinematográficos. Allí llevaba unos meses rodándose la  adaptación al cine de mi primera novela, Con G de Goldstein.

1. Después del caso Harry Quebert
Montreal, Quebec
5 de abril de 2010

      Los azares del calendario habían querido que el inicio del rodaje coincidiera con la publicación de La verdad sobre el caso Harry Quebert. Con el impulso de mi éxito en librerías, la película ya estaba despertando un entusiasmo generalizado y las primeras imágenes habían dado mucho que hablar en Hollywood.
      Mientras fuera de los estudios los copos de nieve revoloteaban con el viento, en el interior cualquiera hubiese creído que era pleno verano: un sol de justicia parecía acribillar a los actores y a los extras, bajo la luz de los potentes focos en el decorado de una calle muy concurrida y de sobrecogedor realismo. La escena era una de mis favoritas del libro: en la terraza de un café, entre una muchedumbre de transeúntes, ambos protagonistas, Mark y Alicia, vuelven a encontrarse por fin tras haberse perdido de vista durante años. No necesitan hablar, les basta con las miradas para recuperar el tiempo perdido el uno sin la otra.
      Sentado detrás de los monitores de control, yo presenciaba la toma.

Tres meses antes
31 de diciembre de 2009

      Como todas las Nocheviejas, había ido a Montclair, en New Jersey, a ver a mis padres. Estábamos tomando café en el salón, cuando mi madre soltó esta frase tonta que decía a veces y que me irritaba sobremanera:
      —¿Qué podemos desearte para el año nuevo, cariño, a ti que ya tienes de todo?
      —Recuperar a un amigo perdido —respondí algo molesto.
      —¿Se te ha muerto un amigo? —se preocupó mi madre, que no había pillado la alusión.
      —Me refiero a Harry Quebert —aclaré—. Me gustaría volver a verlo. Saber qué ha sido de él.
      —¡Harry Quebert, que se vaya al infierno! ¡No te ha traído más que problemas! Los amigos de verdad no traen problemas.
      —Me ha servido para convertirme en escritor. Se lo debo todo.

      —¡Tú no le debes nada a nadie, aparte de a tu madre, a quien le debes la vida! ¡Markie, no necesitas amigos, necesitas una novia! ¿Por qué no tienes novia? ¿No quieres darme nietos?
      —Es difícil conocer a alguien, mamá.
      Mi madre se esforzó en suavizar el tono.
      —Pero, cariño, es que creo que le echas pocas ganas a conocer a alguien. No sales todo lo que deberías. Sé que a veces te pasas horas mirando un álbum de fotos tuyas y de Harry Quebert.
      —¿Y tú cómo sabes eso? —pregunté sorprendido.
      —Me lo ha dicho tu asistenta.
      —¿Desde cuándo hablas con mi asistenta?
      —¡Desde que ya no me cuentas nada!
      En ese momento, me fijé casualmente en una foto enmarcada: en ella aparecían mi tío Saul, mi tía Anita y mis primos, Hillel y Woody, en Florida.
      —¿Sabes? Si tu tío Saul...
      —¡No hablemos de eso, mamá, por favor!
      —Yo solo quiero que seas feliz, Markie. No hay razón alguna para que no lo seas.

El día del asesinato
3 de abril de 1999

      Un Chevrolet Impala de incógnito, con la luz giratoria y la sirena encendidas, iba a toda velocidad por la carretera 21 que une la pequeña ciudad de Mount Pleasant con el resto de New Hampshire. La raya de asfalto cruzaba por un paisaje de flores silvestres y de estanques cubiertos de nenúfares, más allá de los cuales se extendía el gigantesco bosque de White Mountain.
      Conducía el sargento Perry Gahalowood. A su lado, su compañero, el sargento Matt Vance, clavaba la vista en un mapa de la comarca.
      —Dentro de nada hay que girar a la derecha —indicó Vance nada más dejar atrás una gasolinera—. Deberías ver un caminito que se bifurca y se mete en el bosque.
      —La policía local habrá puesto a alguien para orientarnos.
      Mucho distaban los dos policías de imaginar el comité de bienvenida que los estaba esperando; tras una última curva, se encontraron de repente con un atasco. Perry se lo saltó circulando por el carril opuesto despacio, no tanto por los vehículos que iban en sentido contrario como por las decenas de mirones que rondaban al borde de la carretera.
      —Pero ¿qué follón es este? —renegó.
      —La juerga de costumbre cada vez que ocurre un drama en una ciudad pequeña: todo el mundo quiere estar en primera fila.
      Llegaron por fin a un cordón policial a la altura de la bifurcación del aparcamiento de Grey Beach. Perry sacó la placa por la ventanilla para enseñársela a los centinelas.
      —Brigada criminal de la policía estatal.
      —Sigan de frente por el camino de tierra —dijo uno de los policías, al tiempo que alzaba una de las cintas policiales que impedían el paso.

Joël Dicker nació en Suiza en 1985. En 2010 obtuvo el Premio de los Escritores Ginebrinos con su primera novela, Los últimos días de nuestros padres (Alfaguara, 2014). La verdad sobre el caso Harry Quebert (Alfaguara, 2013), fue galardonada con el Premio Goncourt des Lycéens, el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa, el Premio Lire a la mejor novela en lengua francesa y, en España, fue elegida Mejor Libro del Año por los lectores de El País y mereció el Premio Qué Leer al mejor libro traducido y el XX Premio San Clemente otorgado por los alumnos de bachillerato de varios institutos de Galicia. Traducida con gran éxito a cuarenta y dos idiomas, se ha convertido en un fenómeno literario global. Alfaguara también ha publicado su relato El Tigre (2017) y sus novelas El Libro de los Baltimore (2016), en la que recuperaba el personaje de Marcus Goldman como protagonista, La desaparición de Stephanie Mailer (2018) y El enigma de la habitación 622 (2020), novela ganadora del Premio Internacional de Alicante Noir. En junio de 2022 se publicó El caso Alaska Sanders, la esperada secuela de El caso Harry Quebert y El libro de los Baltimore.

      Tras recorrer unos cientos de metros, el Chevrolet Impala llegó a la linde del bosque que señalaba un ancho rellano cubierto de hierba. Un agente de la policía local paseaba arriba y abajo.
      —Brigada criminal de la policía estatal —volvió a anunciar Gahalowood por la ventanilla abierta.
      El agente parecía completamente abrumado por los acontecimientos.
      —Aparquen aquí —sugirió—. Me parece que allí no hay quien se aclare.
      Los dos inspectores se bajaron del coche para terminar el recorrido a pie.
      —¿Por qué siempre pasa algo los fines de semana en que estamos de servicio? —preguntó Vance con tono fatalista mientras iban andando por el camino de tierra—. ¿Te acuerdas del caso Greg Bonnet? También cayó en sábado.
      —Antes de que me emparejaran contigo, mis fines de semana eran de lo más tranquilo —bromeó Gahalowood—.
      Creo que eres gafe, chico. A Helen no le va a gustar nada, le prometí que la ayudaría a abrir las cajas esta noche. Pero como nos caiga un asesinato...
      —De momento, ni siquiera tenemos la seguridad de que sea un asesinato. No sería la primera vez que nos mandan a un simple accidente de senderismo.
      No tardaron en llegar al aparcamiento de Grey Beach, que empantanaban diferentes vehículos de emergencias. El barullo estaba en pleno apogeo. Los recibió Francis Mitchell, el jefe de policía de Mount Pleasant, que los avisó de entrada:
      —No es un espectáculo agradable, señores.
      —¿Qué ha ocurrido exactamente? —preguntó Gahalowood—.
      Nos han hablado de una mujer muerta.
      —Prefiero que lo comprueben con sus propios ojos.
      El jefe Mitchell los condujo al sendero que llevaba al lago.
      Tanto Perry Gahalowood como Matt Vance tenían experiencia con cadáveres y escenas de crimen pero, al llegar a la playa de guijarros, se quedaron de una pieza: nunca habían visto nada igual. El cuerpo de una mujer yacía con la cabeza hundida en el suelo blando, y a su lado había un oso muerto.
      —Ha dado el aviso una corredora —explicó el jefe Mitchell—. Sorprendió al oso devorando a la mujer.

      —¿Cómo que «devorando»?
      —Que se la estaba zampando, vamos.
      A juzgar por la forma en que la mujer yacía en la playa, casi cabía creer que estaba durmiendo. El rumor del agua del lago y el canto primaveral de los pájaros creaban en la zona un ambiente apacible. Solo el oso, tumbado en un charco de sangre que le daba lustre al pelaje negro, recordaba el drama que acababa de representarse allí.
      Matt Vance le inquirió entonces al jefe Mitchell:
      —Lo siento mucho por esta pobrecilla, pero la verdad es que me gustaría que me explicasen por qué han avisado a la brigada criminal por el ataque de un oso.
      —Los osos negros abundan por aquí —contestó el jefe Mitchell—. Tenemos cierta experiencia, créame. Ya ha habido muchos incidentes con ellos y, cuando atacan a un ser humano, es para defender su territorio, no para comérselo.
      —¿Dónde quiere ir a parar?
      —Si ese oso ha consumido la carne de esa mujer es que acudió como carroñero. Ya estaba muerta cuando se la encontró.

      Gahalowood y Vance se acercaron con cuidado al cadáver. A esa distancia no tenía ya nada de una apacible durmiente. Por la ropa, hecha jirones, asomaban profundas señales de mordiscos. Tenía el pelo pegajoso de sangre coagulada.
      —¿Qué te parece, Perry? —preguntó Vance.
      Gahalowood pasó revista a la víctima: llevaba un pantalón de cuero y botines elegantes.
      —Va vestida de calle. Creo que la mataron anoche. Aunque las heridas que le ha hecho el oso parecen recientes.
      —Así que ya estaba muerta cuando el oso se la encontró —fue la conclusión a la que llegó Vance—; seguramente de madrugada.
      Gahalowood asintió:
      —Esta historia huele fatal. Hay que llamar a la caballería.
      Vance cogió el móvil para avisar a los refuerzos y a los servicios forenses.

      Gahalowood, por su parte, seguía inclinado sobre el cadáver de la mujer. Se fijó entonces en un trozo de papel que asomaba del bolsillo trasero del pantalón. Se puso unos guantes de látex y agarró lo que resultó ser una hoja doblada en cuatro. La desdobló y se topó con un mensaje lacónico escrito con ordenador:

TRILOGÍA MARCUS GOLDMAN

La verdad sobre el caso Harry Quebert

Quién mató a Nola Kellergan es la gran incógnita a desvelar en esta incomparable historia policiaca cuya experiencia de lectura escapa a cualquier tentativa de descripción. Intentémoslo...

Una novela de suspenso a tres tiempos -1975, 1998 y 2008- acerca del asesinato de una joven de quince años en la pequeña ciudad de Aurora, en New Hampshire. En 2008, Marcus Goldman, un joven escritor, visita a su mentor -Harry Quebert, autor de una aclamada novela- y descubre que éste tuvo una relación secreta con Nola Kellergan. Poco después, Harry es arrestado y acusado de asesinato al encontrarse el cadáver de Nola enterrado en su jardín. Marcus comienza a investigar y a escribir un libro sobre el caso. Mientras busca demostrar la inocencia de Harry, una trama de secretos sale a la luz.

La verdad sólo llega al final de un largo, intrincado y apasionante recorrido.

El libro de los Baltimore

Marcus Goldman emprenderá un largo camino para desvelar los secretos de la historia familiar, mientras se acerca a la verdad que cambió todo para siempre.

Cuando su primo Woody está a punto de ingresar en prisión, el escritor Marcus Goldman, protagonista de La verdad sobre el caso Harry Quebert, se dirige a Baltimore para pasar con él ese último día de libertad. Ya de regreso, recibe una llamada desesperada de su tío Saul: algo muy grave acaba de suceder.

Marcus emprenderá entonces un largo camino para desvelar los secretos de la historia familiar. La fascinación que sintió desde niño por los Goldman-de-Baltimore, que encarnaban el sueño americano, con sus mansiones suntuosas, sus éxitos profesionales y deportivos y sus vacaciones de glamur; la amistad fraternal que le unió a sus primos en un trío inseparable -la "Banda de los Goldman"-, y la rivalidad por conquistar a Alexandra, son puestas bajo la lupa. Mientras el Drama se va perfilando,

Marcus se acerca a la verdad que cambió todo para siempre.

El caso Alaska Sanders

PREMIO GONCOURT DES LYCÉENS GRAN PREMIO DE NOVELA DE LA ACADEMIA FRANCESA
PREMIO LIRE
PREMIO QUE LEER
PREMIO SAN CLEMENTE
PREMIO INTERNACIONAL ALICANTE NOIR

«Sé lo que has hecho». Este mensaje, encontrado en el bolsillo del pantalón de Alaska Sanders, cuyo cadáver apareció el 3 de abril de 1999 al borde del lago de Mount Pleasant, una pequeña localidad de New Hampshire, es la clave de la nueva y apasionante investigación que, once años después de poner entre rejas a sus presuntos culpables, vuelve a reunir al escritor Marcus Goldman y al sargento Perry Gahalowood. En esta Ocasión contarán con la inestimable ayuda de una joven agente de policía, Lauren Donovan, empeñada en resolver la trama de secretos que se esconde tras el caso. A medida que vayan descubriendo quién era realmente Alaska Sanders, irán resurgiendo también los fantasmas del pasado y, entre ellos, especialmente el de Harry Quebert.

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