¿Dónde ha fallado la democracia en México?

«Pensemos en la democracia no solamente como régimen de la complejidad, sino como régimen de la contradicción.»

Este ensayo sobre la frustración democrática es una crítica urgente a la política de nuestros días, pero es también, y sobre todo, una honda reflexión sobre la naturaleza de la democracia y el ser político de México.

Desfiguración

 

El 2 de julio del año 2000 nos asaltó la más extraña normalidad. La gente fue a votar, los votos se contaron y después de seguir el cauce de las sumas se anunció el resultado. El ganador festejó, los perdedores le desearon éxito. Dos experiencias únicas se vivieron en esas horas. El país lograba la alternancia por vía de los votos y encontraba en su clase política una dignidad desconocida. Todos se mostraron a la altura del momento. Un cambio histórico y un desempeño impecable. Desconcertante civilidad. Por una parte, se rompía la ya maltrecha hegemonía del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y se contemplaba, por la otra, el sorprendente espectáculo del decoro. No era, por supuesto, un cambio súbito. Era la culminación de un lento y azaroso proceso de cambio, la concreción simbólica de una transición que, a decir verdad, ya había dado los pasos cruciales.

Funcionó el mecanismo. No hubo retrasos, ambigüedades, silencios. Al momento de recibir datos suficientemente confiables, el presidente del Instituto Federal Electoral (IFE) se dirigió al país y anunció que el opositor había obtenido más votos que el candidato oficial. Eran las 11 de la noche. El presidente Ernesto Zedillo no tardó en acompañar el anuncio de la autoridad electoral. “Hace un momento me he comunicado telefónicamente con el licenciado Vicente Fox para expresarle mi sincera felicitación por su triunfo electoral, así como para manifestarle la absoluta disposición del gobierno que presido, a fin de colaborar, desde ahora y hasta el próximo primero de diciembre, en todos los aspectos que sean importantes para el buen inicio de la próxima administración federal.” El mensaje
del candidato del PRI no pudo escucharse en vivo, pero pronto se dio a conocer por todos los medios: “La ciudadanía tomó una decisión que todos debemos respetar. Yo pondré el ejemplo”. Cuauhtémoc Cárdenas reconoció la victoria de Vicente Fox, pero se negó a felicitarlo. “Lo que está sucediendo es una desgracia para el país”, dijo.

El mensaje del ganador fue sensato. Resaltó el carácter histórico de la jornada y entendió la instrucción de los votantes como un llamado a la negociación. Reconocía la contribución del presidente Zedillo y la madurez del Instituto Federal Electoral. Su tarea en el gobierno sería culminar el tránsito democrático sin resentimientos. La fórmula parecería ritual, pero tenía, esa noche, enorme sentido: “No hubo vencedores ni vencidos. Ganamos todos”.

Imposible recordar aquellas horas sin recibir la memoria de elecciones pasadas. Denuncias de fraude tan pronto se anunciaban los primeros resultados, vacíos de información, guerra de cifras que llevaban a todos los candidatos a proclamarse ganadores, llamados a la movilización inmediata.

Imposible dejar de registrar el carácter excepcional de esa noche en la larga historia de trampas. Fue una irrupción de serenidad institucional y de sensatez en los liderazgos. Los retos del nuevo gobierno eran, por supuesto, enormes: tras la hazaña de la alternancia, era necesario conformar un gobierno eficaz en condiciones harto difíciles. El acontecimiento atrajo la atención de fuera. Extinta ya la Unión Soviética, el PRI mexicano era el partido que había ejercido el poder ininterrumpidamente durante más tiempo en el mundo.

A pesar del enorme simbolismo del evento, el poder no había cambiado definitivamente de manos. El PRI había perdido la presidencia, pero conservaba el poder. El ambiente de esa noche era, sin embargo, jubiloso. El país se convertía, de pronto, en un país políticamente normal: un país donde los gobiernos pierden elecciones y lo reconocen con naturalidad. Un país donde el triunfador aprecia la aportación de los derrotados y la importancia del arbitraje. El partido perdedor admitía el veredicto ciudadano y se disponía a colaborar con el nuevo gobierno; la oposición se comprometía con la crítica. La fiesta prometía entendimiento. Duró poco.

* * *

El año clave fue 1997. El 2000 fue la corona simbólica del cambio. No fue el parto de la democracia, fue su bautizo: la fiesta que permitió reconocimiento público al cambio que ya había acontecido, el momento en que todos pudimos empezar a llamar al régimen mexicano por su nombre. La Tierra no se hizo redonda cuando fue retratada como una bola por primera vez desde la estratósfera. México no se volvió democrático cuando perdió el PRI. La alternancia fue hija de la democracia, no su madre. Antes de aquella jornada estaban ya puestas las estructuras de la competencia, las instancias de un arbitraje imparcial y confiable, las libertades de la crítica.

1997 es el año crucial porque rompió el cordón de la gobernabilidad autoritaria. Los votantes le arrebataron entonces el control de la legislatura al presidente. Aunque la votación sólo alteró la composición de la Cámara de Diputados, el efecto fue enorme. El país iniciaba la aventura de los gobiernos divididos. El presidente era ya incapaz de legislar con el respaldo exclusivo de su partido y se veía en la necesidad de negociar con sus oposiciones. La presidencia ya no era el poder omnímodo de antes, sino un poder entre poderes. La judicatura, con un nuevo marco de facultades, aparecía como el árbitro de los poderes. Octavio Paz entendió claramente el significado de aquella elección. Unos días después de la jornada, el poeta publicó en Reforma uno de los últimos artículos que vería publicado.

La jornada electoral del 6 de julio representa, quizá, una nueva época de la historia de México. Subrayo la palabra quizá porque el porvenir es imprevisible por definición; hemos dado un paso decisivo, pero aún nos falta mucho por andar y nos aguardan muchos problemas: todo depende de nuestra capacidad para continuar con perseverancia. Recordemos que la democracia no es solamente una teoría sino una práctica.

Jesús Silva-Herzog Márquez

Nació en la ciudad de México en 1965. Es licenciado en Derecho por la Universidad Nacional y maestro en Ciencia Política por la Universidad de Columbia, en Nueva York. Actualmente es profesor de tiempo completo de la Escuela de Gobierno y Transformación Pública del Tecnológico de Monterrey. Ha sido investigador invitado de la Universidad de Georgetown y del Woodrow Wilson Center for International Scholars. Colabora regularmente en el diario Reforma de la Ciudad de México y otros diarios del interior de la república. Es miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua

 

¿Qué es la banda de Moebius?

La portada de La casa de la contradicción tiene una Banda de Moebius, pero ¿sabes qué es?

Es un objeto

no orientable que refiere a la imposibilidad de determinar cuál es la parte de arriba o la de abajo, la de adentro o la de afuera.

Constituye

una fascinante metáfora para hablar sobre la democracia: ¿Cuándo un Estado la tiene, cuándo la pierde?

Existe hace más de 160 años

y desafía las leyes de la física.

Fue descubierta

de forma independiente por los matemáticos alemanes August Ferdinand Möbius y Johann Benedict Listing.

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