La segunda parte de la trilogía

Ladrón de esperanzas

«No seré cómplice del proceso de destrucción de México que usted lamentablemente encabeza con gran éxito.»

Capítulo 1

Aquella madrugada, la del 3 de mayo de 2021, Martinillo descansaba con una expresión beatífica en el rostro, la de quien parecía estar en paz con la vida. En su sueño sonreía y respiraba plácidamente sin delatar la menor ansiedad, a diferencia de las noches de insomnio, las de eterna luna inmóvil, cuando unas manos frías, mecánicas, inconmovibles, lo asfixiaban con los ojos desorbitados. En ese amanecer ya no movía desesperado la cabeza de un lado al otro en busca de aire, ni se despertaba sentado en la cama con la mirada crispada, después de haberse sacudido a patadas las sábanas como si se le hubieran enredado reptiles gelatinosos en las piernas. Padecía justificadas resistencias al tratar de dormir, porque una y otra vez soñaba con la terrible sensación de precipitarse en el vacío de grandes alturas para recuperar la conciencia justo cuando estaba a punto de estrellarse contra el piso. En cambio, en aquella alborada ya no se dolía, como en otras ocasiones, de los golpes descontrolados del corazón que amenazaban con romperle el pecho cuando un conjunto sucesivo de imágenes fantasiosas lo despertaban empapado en un charco de sudores helados.
En ese momento, ajeno a las pesadillas recurrentes, un conjunto de felices visiones empezó a hacer acto de aparición en su mente alucinada. El periodista finalmente dormía a placer sin somnífero alguno. Ese sueño, por lo visto, le regalaba un espacio de calma y reconciliación, una breve y dichosa vacación al margen de sus obsesiones periodísticas y literarias. ¡Cuántos malos ratos le hacían pasar también los protagonistas de sus novelas históricas, nacidos de su pluma incendiaria, al jugarse la existencia en cada párrafo, víctimas de arrebatos pasionales que el propio escritor, hecho de fuego, como él mismo decía, a veces tampoco podía controlar porque se le escapan como arena fina entre los dedos de las manos! Solo él y sus colegas podían entender e intercambiar los sentimientos venturosos o exasperantes entre quienes invertían lo mejor de sus días en la narrativa.
El ensueño comenzó cuando escuchó el himno nacional, verdadera música para sus oídos, interpretado con entusiasmo y rigor marcial por la banda de la marina armada. Los uniformes blancos, impolutos, le otorgaban una gran solemnidad al evento. Bastó con oír repentinamente las voces del coro y contemplar a los asistentes puestos de pie con la cabeza descubierta y la mano derecha cruzada sobre el pecho para alborozar hasta el último poro de su piel. Mientras se le rendían los honores a la bandera, trató inútilmente de distinguir el rostro del presidente de la República. No lo logró: en su pesada somnolencia alcanzaba a percibir un numeroso grupo de personas, todas ellas extraviadas en el anonimato, pero al llegar a la figura del jefe del Estado Mexicano solo reconocía la banda tricolor, la presidencial, en tanto su cara surgía difuminada, carente de nitidez. Mientras resonaban las notas motivantes de la máxima oda mexicana, de pronto entendió el significado de su sosiego al ver las colas de enormes aviones civiles, nacionales y extranjeros, estacionados en sus respectivos hangares. En ese momento se acomodó instintivamente sobre la almohada a la espera de más aspectos del evento. El nuevo mandatario inauguraba el aeropuerto de Texcoco y su impresionante diseño arquitectónico ultramoderno, el iniciado durante la administración de Ernesto Pasos Narro, uno a la altura de los más modernos del mundo. El de Santa Lucía, por otro lado, una central aérea similar a las viejas estaciones de camiones pueblerinas de mediados del siglo XX, había quedado reducido a una terminal de carga, según lo había propuesto él en sus columnas periodísticas.

México se convertía en el gran ombligo del mundo. Llegaban aeroplanos supersónicos de Estados Unidos, de Canadá, de América del Sur, líneas aéreas con diversas banderas provenientes de Asia y Europa llenas de turistas y de carga. Los dólares, euros, yuanes, yenes y divisas de distinta naturaleza entraban en las tesorerías de las empresas y en las arcas nacionales para convertirse en empleos, en utilidades para comerciantes e industriales, en abundante riqueza para provocar una brutal expansión económica en beneficio de toda la nación. Nadie se quejaba. El pan y las tortillas alcanzaban y sobraban para todos. En la prensa se encontraban letreros con los siguientes textos: “Se buscan meseros, recamareras, jardineros, cantineros, cocineras, chefs, soldadores, especialistas en redes sociales, enfermeras, camilleros, albañiles, azulejeros, plomeros, residentes de obra, chalanes, choferes de Uber, proyectistas, pasantes de Derecho, escenógrafos, músicos de diversas especialidades, maestros, sobre todo de civismo, telefonistas, expertos en informática y robótica, diseñadores gráficos, guionistas, contadores, fiscalistas, ingenieros y ayudantes de taquero o pasantes de arquitectura”, es decir, había trabajo para todo aquel que quisiera ganarse la vida con dignidad y ambición. No solo se habían cancelado los despidos, sino que se solicitaba personal para llenar vacantes a lo largo y ancho del país. México se llenaba de inversionistas nacionales y extranjeros, volvíamos a ser el país de la oportunidad, ninguna nación podía competir con nosotros, gracias a la construcción de un Estado de derecho. Se respetaban las reglas del juego en relación con la división de poderes. Las exportaciones se disparaban al infinito, junto con las reservas monetarias.

Para un guerrero del periodismo, un feroz crítico de Antonio M. Lugo Olea, AMLO, como lo era Martinillo, su plácida sonrisa no requería de mayores explicaciones. Las imágenes positivas se sucedían las unas a las otras. Aun dormido, estaba a punto de estallar en una y mil carcajadas. Podía ver y leer las primeras planas de casi todos los periódicos, que evidenciaban a ocho columnas, con sorprendentes fotografías y en diversos idiomas, la realidad de una auténtica transformación, de una optimista y efectiva revolución social. Si los gobiernos de China habían logrado rescatar de la miseria a más de 300 millones de chinos en menos de 15 años, ¿por qué razón México, en su justa proporción, no podía igualar y hasta superar semejante proeza, sobre todo si contaba con todos o casi todos los recursos para lograrlo?

Pocos diarios en el mundo dejaban de consignar en sus columnas políticas y financieras la existencia del nuevo México. Se festejaba la suscripción de un nuevo Tratado de Libre Comercio que concedía más oportunidades económicas al socio más pobre de América del Norte, y, por otro lado, se aprovechaban las rivalidades comerciales y arancelarias entre Estados Unidos y China en beneficio de México

El mandato de AMLO ha provocado una catástrofe en el orden sanitario, económico, financiero, educativo, social… Los muertos, los pobres, los desempleados y los enfermos, ¿le quitan el sueño?

Francisco Martín Moreno

Escritor y periodista mexicano que se ha especializado con maestría en la novela histórica. Desde la aparición de México negro en 1986 no ha dejado de sorprender al mundo con sus relatos y análisis en torno al México de ayer, el México de hoy y el México del mañana. Ha publicado 23 libros y miles de columnas en diversos medios de México y el mundo.

Algunos de los reconocimientos que ha obtenido a lo largo de su carrera literaria y periodística, le fue otorgado el Laurel de Oro a la Excelencia Literaria por su libro Las cicatrices del viento en España, y en México ha recibido el Premio Nacional de Periodismo en 1994, 1995, 1996, 1997 y 1998.

Shares