PROYECTO HAIL MARY

 

 

UN ÚNICO ASTRONAUTA.UNA MISIÓN IMPOSIBLE.

Vuelve Andy Weir, autor de El marciano, con la historia de un astronauta solitario que deberá salvar la Tierra.

CAPÍTULO 1 

—¿Cuántas son dos y dos?
Hay algo en la pregunta que me irrita. Estoy cansado. Me vuelvo a dormir.
Pasan unos minutos y lo oigo otra vez.
—¿Cuántas son dos y dos?
La voz suave, femenina, carece de emoción y la pronunciación es idéntica que la vez anterior. Es un ordenador. Un ordenador me está molestando. Estoy todavía más irritado que antes.
—Dmpaz —digo.
Estoy sorprendido. Quería decir «Déjame en paz», una respuesta completamente razonable en mi opinión, pero no puedo
hablar.
—Error —dice el ordenador—. ¿Cuántas son dos y dos?
Momento para un experimento. Intentaré decir hola.
—Gla —digo.
—Error. ¿Cuántas son dos y dos?
¿Qué está pasando? Quiero averiguarlo, pero no tengo mucho en lo que basarme. No veo nada. No oigo nada más que el ordenador. Ni siquiera puedo sentir nada. No, eso no es verdad. Siento algo. Estoy tumbado. Estoy sobre algo blando. Una cama.
Creo que tengo los ojos cerrados. Eso no está tan mal. Lo único que tengo que hacer es abrirlos. Lo intento, pero no pasa nada.

¿Por qué no puedo abrir los ojos?

«Abre.»

«Y… ¡abre!»

«Abre, maldita sea.»

¡Oh! He sentido un leve movimiento esta vez. Mis párpados

se han movido. Lo he notado.

«¡Abre!»

Mis párpados se levantan y una luz cegadora me quema la retina.

—… ción —suelto.

Mantengo los ojos abiertos recurriendo a toda mi fuerza de voluntad. Todo es blanco con sombras de dolor.

—Movimiento ocular detectado —dice mi atormentador—.

¿Cuántas son dos y dos?

La blancura se reduce. Mis ojos se están adaptando. Empiezo a distinguir sombras, pero nada que tenga sentido todavía.

 

Vamos a ver… ¿puedo mover las manos? No.

¿Los pies? Tampoco.

Pero puedo mover la boca, ¿sí? He estado diciendo cosas. No cosas que tengan sentido, pero ya es algo.

—Crro.

—Error. ¿Cuántas son dos y dos?

Las formas empiezan a cobrar sentido. Estoy en una cama.

Tiene una forma como… ovalada.

Unas luces de led me iluminan. Hay cámaras en el techo que observan todos mis movimientos. Por aterrador que eso sea, me preocupan mucho más los brazos del robot.

Las dos armaduras de acero pulido cuelgan del techo. Cada una tiene una especie de herramientas de aspecto inquietantemente penetrante donde deberían estar las manos. No puedo decir que me guste ese aspecto.

—Ccc… aaa… tttro —digo. ¿Eso servirá?

—Error. ¿Cuántas son dos y dos?

Maldita sea. Reúno toda mi voluntad y mi fortaleza interna.

Además, empiezo a sentir un poco de pánico. Vale. También lo usaré.

—Cccuaatro —digo por fin.

—Correcto.
Gracias a Dios. Puedo hablar. Más o menos.
Suelto un suspiro de alivio. Espera, acabo de controlar mi respiración. Tomo otra inspiración. Con toda la intención. Me duele la boca. Me duele la garganta. Pero es mi dolor.

Tengo control.

Llevo un respirador. Lo tengo pegado a la cara y está conectado a un tubo que me pasa por detrás de la cabeza.

¿Puedo levantarme?

No. Pero puedo mover un poco la cabeza. Me miro el cuerpo. Estoy desnudo y conectado a más tubos de los que puedo contar. Hay uno en cada brazo, uno en cada pierna, otro en mis «partes nobles» y dos que desaparecen bajo mi muslo. Supongo que uno de ellos se mete por donde no alumbra el sol.

Eso no puede ser bueno.

SOBRE EL AUTOR

Andy Weir nació y en California. Hijo de físico e ingeniero, a los quince años fue contratado por un laboratorio de Estados Unidos, donde trabajó como ingeniero de software hasta que el éxito de su primera novela, El marciano, le permitió dejar su trabajo y dedicarse a la escritura. Publicado en cuarenta países, lo que empezó como un debut autoeditado en internet se ha convertido en un best seller. Weir es un apasionado de la física relativista, la mecánica orbital y la historia de los vuelos espaciales tripulados.

MÁS DE ANDY WEIR

Shares