Tráfico

Rita Vásquez y J. Scott Bronstein

Primer capítulo

Una misión peligrosa

El 31 de enero de 1993 el Frente 57 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) irrumpió en la comunidad indígena de Púcuro, localizada en la selva panameña, para ser más precisos en el Tapón del Darién, un área muy cercana a la frontera de este país con Colombia. Los guerrilleros buscaban a tres estadounidenses que según ellos eran informantes, agentes de la Agencia Central de Información (CIA). Una vez que los encontraron, los capturaron. Sus nombres: David Mankis, Rick Tenenoff y Mark Rich. Pero no eran informantes de la CIA, sino misioneros de la Misión Nueva Tribu. Fueron secuestrados por el Frente 57, y así como llegó a Púcuro este grupo criminal, sin avisar y sin que las autoridades locales se dieran cuenta, desapareció en la selva densa del Darién, con sus ahora rehenes. A sus familiares les dieron la orden de recoger sus pertenencias y abandonar el área inmediatamente. La noticia se esparció en Panamá, ocupando las primeras planas de los principales medios de comunicación. No cabe duda de que este hecho no pasaría inadvertido, habían transcurrido escasamente tres años desde la invasión estadounidense que derrocó la dictadura militar de Manuel Antonio Noriega y el país ya no tenía ejército. El alcance que en ese entonces tenían los estamentos de seguridad era bastante precario, por lo que la selva darienita era “tierra de nadie”. Con un cuerpo de policía que apenas comenzaba a consolidarse, regiones como ésta habían quedado al alcance de grupos de malhechores. Según dijo la misma policía en ese entonces: “En la frontera común [Panamá-Colombia] operan narcotraficantes, guerrilleros, traficantes de armas y otros, de diferentes nacionalidades”. Este escenario planteaba una estrategia bastante lógica. Fue entonces cuando el presidente panameño, Guillermo Endara, instruyó al director de la policía que coordinara con oficiales colombianos un plan en conjunto para iniciar la búsqueda de los misioneros, ya que la teoría era que los secuestradores habían cruzado la frontera hacia territorio colombiano con ellos. Éste habría sido el primer intento de colaboración conjunta entre los cuerpos de seguridad de ambos países por sanear el área. Sin embargo, es muy probable que ni los unos ni los otros estuviesen preparados para conocer los secretos que albergaba la remota zona del Darién que durante la dictadura militar y en la época de narcotraficantes del calibre de Pablo Escobar había servido de terreno fértil para la producción y el tráfico de cocaína con el permiso de los militares panameños. Pero, volviendo a los misioneros secuestrados por el Frente 57, realmente nunca se supo qué habría llevado a los guerrilleros a emprender semejante misión, o por qué pensaron que esos misioneros cristianos, cuya única tarea era construir una iglesia en la selva, eran agentes de la CIA. Poco tiempo después las FARC exigieron el pago de cinco millones como rescate para regresarlos a sus hogares, lo cierto es que no existen registros de que ese dinero fuera alguna vez pagado, como tampoco qué sucedió con Dave, Rick y Mark. Los esfuerzos de Colombia, Panamá y Estados Unidos, que colaboró desde el punto de vista logístico, nunca tuvieron resultados.

El eslabón perdido

El Tapón del Darién es como se le conoce a la selva que demarca, sin muros ni cercas, sino más bien por obra de la naturaleza, la frontera entre Panamá y Colombia. No existen calles ni autopistas que la atraviesen, aunque en la década de 1970 los estadounidenses planearon la construcción de un camino que comunicara ambos países, de esta forma se le daría continuidad a la carretera panamericana, cuya única interrupción es precisamente en este punto. No obstante, el proyecto habría sido suspendido debido a la preocupación de que semejante intervención ocasionaría daños al medio ambiente. Este es un tema recurrente; cada cierto tiempo a alguien se le ocurre plantear las ventajas que ello tendría para el intercambio comercial, la conectividad eléctrica, el turismo y, en general, cualquier actividad que involucre crecimiento económico. Pero ¿qué sucede con la devastación del medio ambiente que ocasionaría semejante proyecto? ¿Qué hay de la biodiversidad? Otros simplemente se preocupan por las consecuencias que tendría para el país si se construye una carretera que facilitaría el tráfico de drogas, armas, las migraciones descontroladas y hasta la minería, tala de árboles y cultivos ilegales. Después de todo no es poco el espacio de selva casi virgen que separa sin conexión alguna a ambos países. Se trata de un área de 100 kilómetros desde donde termina la carretera en Panamá hasta donde inicia la continuación en Colombia. El Tapón del Darién ha jugado un papel importante en la historia de Panamá desde sus inicios como república. Por ejemplo, en 1903, cuando se separó de Colombia, no había forma de que la gran potencia latinoamericana enviara tropas para defender sus intereses en Panamá, a no ser que fuese por mar. Y así lo hicieron. Desde Barranquilla enviaron un buque de guerra hacia la provincia caribeña de Colón, en donde el acorazado estadounidense USS Nashville impidió que las tropas desembarcaran y brindaran apoyo a las que ya estaban estacionadas en territorio panameño, ayudando así a este país a consolidar su independencia. Por supuesto que toda acción tiene su reacción, y tan solo quince días después Panamá y Estados Unidos firmarían el Tratado Hay-Bunau Varilla, que permitiría a Estados Unidos apropiarse de una franja de veinte millas del territorio panameño y además construir y controlar el Canal de Panamá. Durante los siguientes setenta años el Tapón del Darién se mantuvo inhóspito, virgen, y sirvió de barrera natural entre ambos países atrayendo el interés solo de aquellos aventureros que alguna vez soñaron con conquistarlo. Las comunidades indígenas que ahí habitaban, conformadas en su mayoría por grupos chocoes, vivían segregadas de los avances del mundo moderno, casi como si se mantuvieran permanentemente en una máquina del tiempo que las llevaba siempre al mismo punto de partida. Los habitantes de comunidades como Púcuro, donde los misioneros estadounidenses fueron secuestrados, probablemente conocían muy pocas personas extrañas. De hecho en la década de 1940 llevaban una especie de libro de registro en donde anotaban a cada visitante que se aventuraba a llegar a esa comunidad. Pero todo esto cambió drásticamente en los años setenta. La región se convirtió literalmente en “tierra de nadie”, controlada por organizaciones criminales dedicadas a producir, distribuir y comercializar uno de los productos más codiciados de la economía colombiana en esa época: la cocaína.

Sobre los autores

Rita Vásquez, abogada y periodista. Actual directora editorial de La Prensa de Panamá, inició su carrera en el periodismo en 2007. Con anterioridad se desempeñó como abogada en varias multinacionales y firmas de abogados, especializándose en el derecho comercial. Graduada en 1996 de la Universidad Santa María la Antigua, Panamá.

J. Scott Bronstein, estadounidense, ha trabajado en la industria del periodismo escrito toda su carrera profesional, por diez años fue el editor de la versión online en inglés de La Prensa de Panamá. Anteriormente trabajó como editor de The BVI Beacon, en las Islas Vírgenes Británicas. Graduado de periodismo en 1993 de la Washington and Lee University en Virginia, Estados Unidos.

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